La hiperactividad es un trastorno de la conducta de los niños que se caracteriza por el desarrollo de una intensa actividad motora sin un propósito concreto.
A este patrón, que fuera descripto por primera vez por el pediatra británico George Still en 1902, se le adicionan una serie de aspectos entre los que se incluyen espíritu destructivo, insensibilidad a los castigos, nervios, poca capacidad de concentración y bajo rendimiento escolar a pesar de tener un cociente intelectual normal.
Los niños que padecen este trastorno suelen ser impulsivos y desobedientes, poseen un umbral muy bajo de tolerancia a las frustraciones y presentan cambios bruscos en sus estados de ánimos. Esta hiperactividad aumenta cuando están en presencia de otras personas, especialmente con las que no mantienen relaciones frecuentes.
Muchas veces, los padres consultan a los especialistas cuando los menores ya se encuentran escolarizados y muchos de estos indicadores se hacen presentes. Sin embargo, existen algunas características que pueden adelantar el diagnóstico desde muy pequeños.
Entre el nacimiento y los dos años, los bebés hiperactivos pueden padecer descargas clónicas durante el sueño, problemas en el ritmo del sueño y durante la comida, períodos cortos de sueño y despertar sobresaltado. En general, manifiestan resistencia a los cuidados habituales, reactividad elevada a los estímulos auditivos e irritabilidad.
Al cumplir los dos años, los niños con este mal se destacan por la inmadurez en el lenguaje expresivo, una actividad motora excesiva, escasa conciencia de peligro y propensión a sufrir numerosos accidentes.
La hiperactividad infantil es bastante frecuente, calculándose que afecta aproximadamente a un 3% de los menores de cuatro años y es más común en niños que en niñas.
Los tratamientos para esta patología variarán según cada caso individual, aunque siempre es mejor la consulta temprana. En general, los métodos son a largo plazo y pueden requerir apoyo farmacológico, psicoterapéutico y cognitivo.