Los niños suelen manifestar su frustración a través de las rabietas, y aunque algunos expresan sus deseos y emociones únicamente de esta manera, en otros casos son menos frecuentes y sólo marcan la intolerancia ante determinadas situaciones.
El rol de los padres
Muchas veces estas escenas de gritos y llantos que parecen no encontrar consuelo, no pueden evitarse, aunque es bueno que los padres mantengan ciertos criterios de organización y de manejo de situaciones que posibiliten un control eficaz de las rabietas.
Por eso cuando debemos indicarle al niño algo que sabemos no le resultará agradable, o prohibir algo que le haya gustado, es preciso pensar algunas estrategias para que le sea más fácil aceptarlo.
Qué hacer cuando tiene una rabieta
En este caso, lo más importante es no desconocer que un exceso de enojo también puede generarle algún peligro para sí mismo o para los demás. En esos momentos de ira, el niño puede golpearse, arañarse o romper cosas, que una vez pasada la circunstancia solo le demostraran que nadie puede controlarlo.
Los padres deben tratar de sujetarlos con suavidad para lograr calmarlos y que se relajen, sin por eso señalarle una violenta dominación física. El tono de voz también debe mostrar serenidad. Si discutes con ellos o les gritas, solo lograrás lo mismo como respuesta, ya que la rabia es muy contagiosa y puede alterarlos aún más.
Las rabietas no deben ser recompensadas ni castigadas. De lo contrario, el pequeño aceptará que esta es una forma natural de negociar aquellas cosas y situaciones que no le gustan o que desea.
Cuando los niños crecen, los enojos descontrolados irán desapareciendo ya que tendrá menos frustración extrema en su vida diaria, y aprenderá a comprender ciertos límites. La pérdida progresiva de los miedos le permitirá además hablar libremente y a entender que la mayoría de las exigencias y restricciones que los padres imponen son razonables.